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GRAN HOTEL: Misterio, Amor y Clasismo en los albores del Siglo XX

Escrito por Beatriz, 14 de diciembre de 2019.

El nombre del poblado es ficticio: Cantaloa. O más bien, ese pueblo no existe actualmente en la región cantábrica de España -se sabe que están allí por la cercanía de Santander- pero según investigué, sí es el nombre de una zona en Medellín, Colombia, y de un Restaurante en la Ciudad de México, que de algún lado lo habrán tomado.  

Bambú producciones

Pues bien, Gran Hotel, cuya acción se sitúa en los primeros años del siglo pasado, ha sido una de las series más seguidas de Netflix, que originalmente emitió Antena 3. Con actores españoles no tan conocidos en México, a excepción de Pedro Alonso -quien hizo el papel de Berlín en La Casa de Papel-, con una muy cuidada producción y un excelente ritmo, Gran Hotel es una serie que me sorprendió pues no imaginaba que tuviera esa trama de suspenso constante que tiene un efecto envolvente sobre el espectador. 

La etapa introductoria comienza con un móvil que parece ser sólo el pretexto para lo que se fue desarrollando después. Julio Olmedo, el guapo protagonista perteneciente a una familia humilde de otra zona,  llega al Gran Hotel buscando a su hermana Cristina, quien repentinamente había dejado de escribirle, y pronto comienza a ser claro que ese hotel, sus empleados y sobre todo, la familia propietaria, Los Alarcón, están llenos de misterios. La misma Cristina, no es del todo quien parecía ser y la información que se va descubriendo sobre ella resulta sorprendente para el mismo Julio. Pero Cristina, al igual de muchos otros personajes que van pasando por las tres largas temporadas -más de 60 capítulos- son sólo comparsas de la verdadera historia: el intenso romance entre Julio y Alicia Alarcón.

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Este romance no está exento de sobresaltos como la serie de acontecimientos que van apareciendo, la diferencia de clases y el hecho de que Alicia estaba, primero comprometida y después casada, con Diego Murquía, el oscuro y mezquino personaje que hizo por turnos las veces de administrador, director y ejecutor de los siniestros y ambiciosos planes de Doña Teresa, la engañada matriarca viuda de la familia, quien en su afán por conservar el hotel y la fortuna de los Alarcón, comete toda serie de abusos, engaños y atropellos.

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Uso a propósito la palabra “matriarca”, pues en la serie no hay pocas muestras de empoderamiento a la mujer, no sólo de mala manera como en Doña Teresa -de quien podría decirse que no tuvo muchas opciones para sobrevivir y cuidar lo que era suyo en un mundo donde las mujeres como ella no eran mucho más que un adorno y cuyo destino dependía siempre del de los varones que tuvieran a su lado- sino también en los intentos de independencia y autonomía que muestran algunos otros de los personajes femeninos, dentro del reducido margen de posibilidades que la sociedad de su tiempo les otorgaba. 

La trama, las dos primeras temporadas, se sostiene por sí misma con esos giros de misterio, algunos toques cómicos y buenas actuaciones de personajes atractivos, pero en algún momento cae en la tentación de alargar la historia debido al éxito que tuvo.

Sin embargo, el recurso del suspenso, orquestado principalmente por el Detective Ayala, inteligente, sagaz y algo petulante -según lo describió una joven Agatha Christie cuando supuestamente se hospedó en el hotel y que, según se insinúa, podría haber sido la inspiración de algún personaje de sus novelas, probablemente el mismísimo Hércules Poirot- logra que esas extensiones nunca se sientan pesadas. El detective mostraba una mezcla de persistencia, perspicacia y hasta nobleza al comprender, siempre cumpliendo con su deber, los esfuerzos de Julio y Alicia por rescatar su amor y a los personajes que amaban, principalmente a Andrés, sobre quien también se cernía un interesante secreto.

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Asuntos por resolver como la propia desaparición de Cristina y otros personajes o el asesino serial que salió a la luz en sus pesquisas con sus tempranas técnicas forenses y la incipiente utilización de huellas dactilares para identificar al culpable de algún delito son elementos valiosísimos que este personaje aporta a la historia, y que llega a tener, como mencioné, un papel central en ese excelente guión de Gema Neira y Eligio Montero, quienes contaron con la asesoría de Juan José Luna, gran conocedor de la historia de España.

El espectador se habitúa poco a poco al Gran Hotel. La dinámica que se presenta entre los personajes y las relaciones entre ellos ya no sorprenden cuando se observan en cada capítulo las diferencias entre “el servicio”, los huéspedes y los dueños como parte de la realidad cotidiana.

En los primeros encontramos, por un lado, a apuestos jóvenes camareros vestidos de frac, con maneras elegantes y siempre al pendiente de todo tipo de encargos por parte de los patrones, y por el otro, a las doncellas, quienes solo parecían dedicarse a la limpieza, apenas vistas por los huéspedes y que tenían la opción de permanecer así toda su vida con la esperanza de casarse con un camarero o con un hombre del pueblo o  bien, albergaban pretensiones mayores al querer salir, a veces con retorcidas artimañas, de ese doble estigma al que su condición les sometía.

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Los huéspedes, personas pudientes que tenían el tiempo y el dinero para pasar en el hotel la mayor parte del tiempo (no se detecta que hubiera muchas amenidades además de comer, estar en las habitaciones o en el jardín), apenas miraban al servicio y era claro que esto era uno de los principales rasgos que mostraba la diferencia de clases.

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Resulta muy interesante la mezquindad y futilidad que van mostrando los dueños del hotel, capaces de todo por alcanzar el poder y que cada vez parecen superarse a sí mismos cuando uno habría pensado que era suficiente. Respecto a Doña Teresa, su sagacidad y el resentimiento por no haber sido amada, la llevan, como dije al principio, a mantener el control a toda costa. Al respecto es importante agregar la castrante -o como hoy se diría, “tóxica”- relación con su hijo mayor Javier, el único varón, convertido en un completo inútil que nunca se desarrolló por que no se sentía capaz de cumplir con las expectativas del padre, y que cuando éste faltó, era capaz de arruinar todo y meter a la familia en toda suerte de embrollos de los cuales Doña Teresa no dudaba en rescatarlo usando cualquier recurso. Es curioso, pero esta relación parecería, más que mimar en exceso a su hijo, vengar en él el resentimiento que sentía hacia quien la hizo su madre y extender ese resentimiento a todos los hombres, al sistema mismo.

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Evidentemente no contaré el destino de estos personajes pero dichos elementos son muy reveladores del medio en que vivían y que aún ahora pueden observarse con otras manifestaciones de las cuales tampoco hablaré por ser no ser objeto de este análisis. 

Quede pues esta relatoría como un esfuerzo por interesar a los amantes de las series en medios digitales en esa aventura que significa Gran Hotel, desarrollar su observación, su suspicacia e incluso verse reflejados en algunas actitudes. También en disfrutar de hermosos paisajes, de los atuendos de la época y muestras de buenos sentimientos por parte de algunos de los personajes, que reducen las diferencias socialmente impuestas. Eso, dentro de todo lo demás, resultará alentador en este y todos los tiempos. 

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