Escrito por: Beatriz. 7 de noviembre de 2019.
Con motivo de la grata sorpresa que ha sido la película Joker, nos complacemos en publicar este artículo por nuestra invitada, experta en psicología.
A seis semanas después de su estreno, con tanto que se ha dicho sobre ella y con una efervescencia que se va reduciendo poco a poco, escribir un comentario sobre Guasón parecería ahora un poco a destiempo…pero quizá no lo sea tanto si tomamos en cuenta que, para los que somos simples cinéfilos aficionados, esto de escribir análisis no es a veces un proceso inmediato. Disculpándome de antemano por los spoilers que aún pueda causar, emplearé en esta opinión compartida algunas escenas para mis comentarios.
Vi la película dos semanas después de su estreno: era un viernes, y quedé tan impactada que regresé por más ese mismo domingo. He seguido algunas de las historias venidas de los cómics de superhéroes (y sus “malos” correspondientes) y no era extraño que tuviera interés en ella. Eso, y Joaquin Phoenix, de quien se esperaba una excelente actuación, por supuesto prometían. Cinéfila como soy, y de gustos un tanto variados, sabía que me gustaría la cinta, pero debo decir que superó en todo mis expectativas, no sólo por su calidad, sino, sobre todo, por las emociones que genera.
Pocas películas recuerdo que me hayan causado tanta reacción como ésta y, como profesional de la psicología, hacer solo un análisis psicopatológico del conocido villano sería quizá un lugar común y no sería la única intención, así que combinaré algo de ello con mi impresión cinéfila.
Sin justificar los actos violentos cometidos por el personaje, el segmento de su vida plasmado en la película muestra la configuración de factores que lo formaron: la adopción legal como hijo por parte de una mujer inestable, adicta y dañada ella misma en sus facultades mentales -aunque queda la duda si inventó o no que Arthur era hijo de su patrón, el millonario Thomas Wayne, padre de Bruce Wayne (sí, el Batman con quien se encontraría años después)-, y que además lo llamaba “Feliz” -cruel ironía- como si el niño lo hubiese sido alguna vez; el abuso brutal que las parejas de su madre hacían del niño sin ninguna defensa por parte de ella, el carácter apocado y vulnerable al abuso que desarrolló hacia la adultez, la rareza intimidante de su conducta interpersonal, la risa neurológicamente patológica, fuera de lugar, molesta y asustadora para quienes lo rodeaban y una muy evidente inadaptación fueron, al principio, sus principales características.
Pero quizá no hubiese pasado de ser el sombrío animador escuálido de una tienda que paradójicamente gozaba intentando hacer reír a niños enfermos vestido de payaso y el comediante frustrado pero inofensivo que sobrevivía en ese lúgubre apartamento si no se hubiese enterado de sus supuestos verdaderos orígenes, si no hubiera tenido un arma en la mano y si no hubiera sido objeto de un nuevo y brutal abuso en el incidente del metro donde comete sus primeros asesinatos.
La escena -cuya creación se atribuye al propio actor- donde entra huyendo a un sanitario del metro y hace una especie de ritual dancístico ante el espejo con su aspecto ya casi definitivo, no sólo es de una belleza trágica, sino que acrisola el nacimiento de un psicópata: la conexión con toda su amarga vida anterior para hacerse alguien nuevo que por fin podía tener un poco de poder con sólo apretar un gatillo que mágicamente parecía igualar un poco las cosas…
Este psicópata, a quien sólo le hacía falta cometer el primer asesinato para después desbordar todo su resentimiento, tenía, con todo, sus propias reglas, pues no mató a Gary, el empleado de baja estatura de la compañía de payasos ni a su vecina Sophie, con la que tuvo un romance fantaseado pero que nos proporcionó un poco de esperanza al ver aquellas escenas donde Arthur por fin podía sentirse un poco valorado y feliz…y un poco héroe. De la veracidad de ese romance entramos en duda por la última escena donde aparecen juntos pues ella, sorprendida, lo trata sólo como al aterrador vecino que se equivocó de apartamento y fue el propio director, Todd Phillips, quien después aclaró que no había sido una de las víctimas y que decidió no incluir su destino en la película.
El descubrimiento proveniente de su visita al hospital psiquiátrico de Arkham donde revisó el expediente de su entonces joven madre, despierta en él de nuevo esa risa incontrolada no acorde con sus emociones de dolor, abandono y tristeza por el maltrato recibido y lo hace llevar sus pasos decididamente al hospital donde ella, aún viva, se convierte ahora en el ser indefenso con quien él podía vengar, en un acto duro de asimilar, su gran resentimiento.
En este mundo actual de hiperoferta visual y auditiva, con sofisticados efectos especiales, de historias con narrativas envolventes y apasionantes parecería que, con todo y su calidad, a veces estamos tan saturados de tal oferta técnica y de entretenimiento indiscriminado, que poco tenemos presente que el cine es un arte -o debería serlo-. Quizá mi agradecimiento mayor a esta cinta sea precisamente haberme reconectado con ese arte que sólo es posible en el cine, donde hay escenas simplemente impactantes que no podrían dejar a nadie indiferente.
Muy famosa se ha vuelto la escena del baile por las escaleras, donde, ya siendo Guasón, y con su maquillaje y atuendos definitivos, baila fluida y hábilmente, dándose el lujo de expresar una alegría que quizá, en el fondo le hubiera sido posible experimentar…un poco de eros en medio de tanto thanatos, diríamos los psicólogos para explicar que, quizá, si otras hubieran sido las circunstancias, este ser atormentado podría haber tenido atisbos de felicidad.
El baile parece solamente la explosión de lo que llevaba dentro y nunca le dejaron expresar, y es el comienzo de una de las secuencias cinematográficas más apasionantes de las que tenga recuerdo, pues después de allí viene la escena del metro, donde muchos manifestantes iban a expresar su resentimiento hacia los ricos usando máscaras de payaso en honor precisamente a él, su involuntario y aún desconocido líder, donde huye de los policías que ya lo tenían identificado y que sufren también un brutal ataque vengativo por parte de los manifestantes.
La transformación fue evidente nuevamente desde que se dirigía por la estación del metro, con un lenguaje corporal y seguridad al andar totalmente distintos a los del apocado Arthur, hasta la escena de la entrevista con el comediante que había hecho mofa de él. Esa entrada al programa, con su nuevo yo, encantador y seguro, podrían y no haber anticipado cómo terminaría todo…pero aún nos aguardaban muchas sorpresas en esa conversación, pues además, el personaje, en un momento de disociación, parece tomar algunos tintes afeminados y misteriosos durante ella, e irónicamente, ser mucho más un “alguien” bajo el maquillaje y atuendo que sin ellos.
Parece que después del trágico final de esa secuencia, el director da un breve descanso al espectador, pero sólo es para preparar la escena culmen de la película y del personaje: cuando él es levantado y vitoreado como todo un líder catalizador del resentimiento social, que quizá inmoló toda su vida para aquel momento de gloria, pues con esa risa verdadera, renovada y de sangre, se muestra ahora ante sus admiradores, que sólo esperaban verlo de frente.
Sobra decir que esa escena, tan visualmente contundente y con el poder de producir, por sí sola, apasionantes debates sociológicos, goza también de una pieza dramática de esa genial banda sonora que literalmente eriza la piel por su envolvente armonía. Me hizo recordar, de otra película totalmente distinta, el comentario que el laureado músico Georg Häendel hizo sobre el cantante Farinelli, que decía algo así como “un verdadero artista será capaz de conmoverme”, y luego, totalmente sacudido al escuchar al gran cantante, no puede menos que sufrir justamente esa experiencia emocional que sólo el arte puede producir.
La tragedia, el dolor, la violencia, el resentimiento, la alegría castigada y las conflictuadas aspiraciones a hacer reír a los demás cuando internamente no había ningún motivo para la risa, una actuación consagrada y una dirección, edición y banda sonora impresionantes, podrían hablar un poco más de esta cinta, que ante todo, se constituye como de las mejores creaciones que el cine me ha regalado -que no han sido pocas a lo largo de mi vida- y que reúne todos los elementos que la más completa de las bellas artes nos puede ofrecer sin estar exenta de elementos para una profunda reflexión, a la manera que cada uno desee hacerla.
Autora, Beatriz.
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