Hace poco más de un año que escribí para este blog el texto: “Guasón.. y el cine volvió a ser arte”. La película se había estrenado el 2 de octubre de 2019 y yo tardé unas semanas en ir a verla, pero cuando lo hice, tuve el impulso irrefrenable de verla -sobre todo de vivirla- dos veces. Después escribí el texto. Recuerdo el impacto que me causaron muchos elementos de la película: evidentemente la actuación consagrada de Joaquin Phoenix, la dirección de escena, el guion, la banda sonora, los poderosos elementos psicológicos…y el apabullante arte que emanaba. Me conmovió hasta las lágrimas la escena de su elevación pública como líder social y la recordaré siempre.
Parece otra vida, dice el título de este texto, puesto que jamás imaginamos que la vida cambiaría tanto en tan poco tiempo. Sin duda fue la mejor película que había visto en mucho tiempo, y, ahora puedo decirlo, quizá fue la última que vi como era antes el cine: en salas repletas, haciendo fila, sin cubrebocas y pudiendo hablar y reír sin restricciones en todo el proceso, que bien podía seguir o anteceder a un café o a un restaurante.
Aquel lejanísimo 9 de febrero de este año, aún se celebró la entrega de los Premios Óscar de manera presencial. Aunque ya se sabía de la nueva enfermedad causada por el coronavirus en China, había muy pocos casos en Estados Unidos y aún faltaba un mes para que la OMS la declarara pandemia. Todos -yo, al menos- esperábamos muchísimos premios para Guasón, pero solo ganó dos. Muy bien ganados, eso sí -mejor actor y mejor banda sonora- y que coincidieron también con otras entregas como los BAFTA, los Globos de Oro, y los premios del sindicato de actores. Vi Parásitos en su época de exhibición en las salas, y aunque es una película retadora, no tiene el arte impactante que para mí tuvo Guasón, ni su característica de inolvidabilidad (valga el neologismo).
Debimos anticipar que aquella entrega sería el vaticinio de la serie de cosas que sucederían en este año sin preguntarnos, sin saber si estábamos de acuerdo, sin quererlas. Guasón se estrenó apenas a tiempo, cuando aún se le podía hacer tributo yendo a las salas, cuando aún podías gozar yendo dos veces comiendo palomitas y dejando pasar delante de ti al asistente que llegaba tarde. Aún podías ver la entrega de premios con toda su parafernalia y su glamour, que no necesariamente disfrutas por sí mismo, pero que hacía parte del necesario ritual que implica la emoción de las nominaciones. Aún podías ver el Dolby Theatre de Los Ángeles con sus butacas repletas, con todos los personajes de la industria en su esplendor, sin nada que cubriera su rostro o su cuerpo. Aún podías ver a los ganadores levantarse a recibir el premio y dar su discurso, solos o en grupo y festejando felices: nada de sana distancia, nada de reprimir abrazos ni sonrisas, nada de Zoom…
Ahora que todo lo que veo lo veo en Netflix, en mi casa, me doy cuenta de a qué grado terrible “la nueva normalidad” ha castigado a la industria de las artes visuales, que a pesar de todo han sido privilegiadas entre otras. Nos preguntamos si algún día volveremos a entrar a una sala de cine (yo al menos, no he ido justamente desde Parásitos) y cómo será la entrega de 2021. Guasón, que me impactó hasta conmoverme cuando la vi, sigue teniendo el mismo efecto: parece que nos dejó suspendidos en aquellas emociones, en aquella conexión, en aquella forma de ver cine, en aquella vida. Y estoy segura de que no experimentaremos pronto vivencias similares. Esta pandemia no sólo se ha llevado los ingresos, la salud, los seres queridos, el tiempo, las relaciones amorosas, los viajes, la convivencia…se llevó también esa experiencia kinestésica, visual y auditiva que el cine representaba. Y yo siempre tendré el consuelo de que esa era se haya cerrado con Guasón.
Escrito por Beatriz. 7 de diciembre de 2020.